lunes, 8 de julio de 2013

advertiros que es una lectura de invierno, no de verano.

   Imaginaos la escena: chimenea, él, ella y jazz. Da igual la pieza que escojáis, la situación seguirá siendo igualmente exquisita.

   Las chispas saltaban más allá de la chimenea, casi rozaban sus pies. Las mantas se habían quedado en el sofá, abrazando los cojines. Sus miradas se encontraban, y se perdían; y se volvían a encontrar. Llevaban la melodía del fuego en sus ojos, al ritmo del jazz.
   Ella se acomodó entre sus piernas, y él la rodeó con sus brazos. Sin querer, un botón saltó, dejando ver un poco más el pecho de Eva. No era un pecho cualquiera, él lo sabía, era como si alguien lo hubiese puesto allí con la mayor delicadeza del mundo y con muy buen gusto, demasiado quizá.

   Sus saxos llevaban tiempo expectantes de la situación, esperando su hora, sabiendo que tarde o temprano llegaría el momento de ser tocados. El vino también estaba esperando ser probado, y para qué engañarnos, la parejita se moría de ganas.
  Descorcharon un Marqués de Vargas que encontraron,al parecer la última persona que pasó por aquella cabaña decidió dejarla ahí. Y qué bien que así pensase.

   El sabor de las copas y su contenido hacía una combinación espectacular con el jazz y el fuego. Y mientras más vino, más calor. Y ya sabéis lo que pasa cuando hace calor entre dos músicos, que se tocan.
  Así que finalmente sus saxos se reencontraron, Eva le deleitó con una melodía entonada en 'Sí bemol mayor'; y él se decantó por observarla, dejándola hacer los solos; y acompañándola con largos sostenidos de’Do menor.’ Y así se tiraron todo lo que la luna les dejó, hasta que sus bocas agotaron sus instrumentos, y el fuego se apagó.


Pero ya sabéis lo que pasa: que donde hubo fuego, cenizas quedan.

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