viernes, 26 de septiembre de 2014

-

Tenía más ganas de colgarme de su pelo que de asomarme a su sonrisa. Descubrí que era tóxico, que me envenenaba con cada te quiero y me ahogaba en los suspiros que sus ojos daban.

Estúpido anzuelo. Estúpidas promesas vacías, palabras huevas y corazón sordo. ¡Te lo dije! Reluce demasiado para ser bondad.

Pisé la trampa y salí corriendo, notando que me quedaba atrás. Que no podía avanzar entre tanto escombro.
Qué idiota.
Los pies pesaban como toneladas de mentiras y crujían con cada falso en paso. Las rodillas me temblaban, gritando que no me sostendrían más. Las manos agarraban una cabeza enloquecida, intentando salir de la certeza de que todo terminaba..
Sin embargo, mi corazón se extrañaba del embargo y suplicaba segundas oportunidades que nunca nadie le  concedió. Incendió el desván de recuerdos, intentando acabar con todo, sin darse cuenta de lo mucho más que dolía sin tí.
Pero a pesar de todo, sus excusas también eran adictivas, y cada una de ellas me hacía volver a cabalgar sobre sus lunares. Regresar con la cabeza a media asta, arrastrando una bolsa con disculpas que pesaba más que mi propio tormento.
Así que soy yo el pez que se muerde la cola: los no volveré y los te echo de menos. Y qué menos que izarte una vez más y volver a engañarme con tus dulces dedos.