miércoles, 15 de febrero de 2017

Caliza

Esa noche me saludaste. Ibas tan borracho que se te olvidó que hacía años que me habías declarado la guerra. Supongo que me quedé tan sorprendida que no fui capaz ni siquiera de contestarte con una bordería. Y, créeme; lo merecías.

Para colmo, parece que te pillé en un mes malo, ya que siempre que aparecías (después de años sin cruzarnos), estabas ahogando tus estúpidos problemas en alcohol.

La segunda vez que te vi ibas tan borracho y tan perdido con tu vida que hasta me pediste perdón. No sé si es que yo iba muy sobria como para ser maleducada contigo, pero lo cierto es que fueron palabras que no arreglaban años de ausencia.

Lo peor es que empecé a verte a menudo. Y no me apetecía. Empezaste a asomar la cabeza por zonas que yo siempre había creído bajo control y empezaste a desequilibrarlo todo (Casi que lo único que me faltó fue verte en una tienda de braguitas).

Centré mis esfuerzos en esquivar cualquier tipo de conversación contigo, y como piedra pesada, volvías a aparecer.
Y yo.. a tropezar.


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