domingo, 1 de enero de 2017

M

Ando moviendo el corazón y el índice por tu espalda, y cuando llego a tu nuca, doy media vuelta.
¿Por qué así?
¿Dónde nos hemos escondido? ¿Por qué hemos dejado de envejecer las sábanas? Quizá no tuve el valor de luchar suficiente. Quizá me atrincheré debajo de la lógica y mandé a una guerra suicida lo nuestro. Así, unilateral. Deserté.

Dejé que caducasemos con el tiempo, con lo perennes que fuimos. Dejé que los gusanos del malhumor devorasen mi tiempo y mis fuerzas y viese la rendición como única victoria. Yo. Yo que siempre volvía con la bandera blanca buscando la paz escondida en un beso.

Supongo que los héroes de guerra no son sólo los que llevan medallas, sino también los que llevan el corazón lleno de puntos en la mano mientras con la otra bombean el tuyo. Los que son capaces de hacer que te broten raíces en sus carnes sin necesidad de más que una mirada y una sonrisa.

Pero yo.. Yo deserté y me proclamé triunfante, sin darme cuenta que estaba siendo vencida. Acabé metida de lleno en tu emboscada sin notar que no había salida. Que siempre te proyectabas en bucle, siempre que cerraba los ojos. Y yo que pensé que te había perdido de vista... ¡Qué ingenua!  ahí seguías, como si no pudiese sentirte aunque no estuvieras a mi lado: protagonista cada vez que mi cabeza subía a las nubes.

Supongo que es muy difícil sacar la flecha de un corazón podrido sin romperlo en veintiocho pedazos. Y es que llego tarde, como siempre, sin aprender del todo que no vale mejor tarde que nunca. Que Nunca es una tierra de ida pero no de vuelta, y que tu nuca es la tierra por la que quiero andar, como hacía antes, moviendo el corazón y el índice.

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